El Debate sobre el Estado de la Nacionalidad, en el teatro de los sueños que es el Parlamento de Canarias, cada año despierta enormes expectativas que suelen quedar rápidamente defraudadas, y este año no ha sido la excepción. Un espectáculo plano, con guiones previsibles, una realización aún más plomiza que los discursos y personajes o bien demasiado metidos en su papel, o bien demasiado poco.
No se entiende bien que al cabo de tantos años de Debates sigamos con una cámara fija en la tribuna, unos pocos planos ocasionales de los diputados a los que van dirigidas las réplicas y menos incluso del resto de señorías. Va siendo hora de plantear un debate más televisivo, que ponga en valor el talento del audiovisual en Canarias, con efectos como imagen ondulante cuando hay un flashback a los gobiernos de Coalición Canaria, un sonido que indique un zasca, o en general cualquier recurso que incentive el seguimiento del Debate por parte de los ciudadanos e incluso de los diputados, porque no olvidemos que de un total de 60, apenas intervienen nueve, lo que da lugar a 51 personas aburridas a morir que buscan entretenimiento en sus móviles, más las que se conecten desde sus hogares.
Los actores no han dado lo mejor de sí mismos, que está lejos de pasar a la historia de la interpretación. Veámoslos uno por uno:
* Ángel Víctor Torres. Protagonista absoluto y prima donna, totalmente imbuido en su papel de presidente frente la adversidad que, por una parte, parecía querer recordar a sus rivales políticos cuántos infortunios ha tenido que afrontar, mientras que por otro en ocasiones aparentaba estar a punto de exclamar «que explote otro volcán, yo puedo con todo».
* José Miguel Barragán. Menos desubicado que en la representación del año pasado pero aún transmite la sensación de pez fuera del agua que esconde con cierta retranca sus inseguridades de cara al al futuro. Buen manejo de la gestualidad.
* Manuel Domínguez. Reflejó el arrojo de los novatos con sus persistentes llamados a la ruptura del pacto de gobierno. Sin embargo, su insistencia en proclamarse persona de fiar, sospechosamente reiterativa, restó sinceridad a su interpretación.
* Vidina Espino. Sobreactuada de principio a fin, a ratos desubicada en el escenario, agarró una línea argumental y pareció olvidar el resto de la intervención. No emocionó y no convenció pero tiene potencial para mejorar su interpretación.
* Ricardo Fernández de la Puente. Contenido y shakesperiano, ofreció una interpretación soporífera de puro sobria, pero alineada con los cánones clásicos y lejos del estilo espídico que Albert Rivera imprimiese en su escuela de actores, otrora grande, ahora más modesta.
* Nayra Alemán. Por momentos se temió en la grada que la suya fuese la intervención musical del Debate, ya que al escucharla el espectador podía visualizar los Alpes suizos de fondo y a la familia Von Trapp guitarra en mano de tan idílico que fue su monólogo.
* Luis Campos. Enérgico y prístino, fue la suya una declamación airosa pero también sombría, ya que fue quien con más profundidad advirtió de los peligros de una guerra nuclear, un tema que en Nueva Canarias suele tratarse cada vez que Antonio Morales pisa un charco.
* Manuel Marrero. Poco motivado y poco convincente desde la tribuna; imposible saber si mejoraba cuando improvisaba sus líneas o cuando leía los carteles que, con escaso disimulo, le iba apuntando Noemí Santana desde su escaño.
* Casimiro Curbelo. Lo que se esperaba como el contrapunto cómico (malditos estereotipos) no lo fue tanto, aunque el diputado supo mantener a la audiencia a la expectativa de un alivio de comedia y eso, en sí, ya es comedia por méritos propios.
En definitiva, desde esta crítica cultural sólo podemos dar 2 baifitos al Debate del Estado de la Nacionalidad, porque si bien es innegable la pobreza del espectáculo, al menos planta en la mente del espectador la semilla de la duda: «¿cuál es el Estado de la Nacionalidad? ¿Puede definirse, puede aprehenderse, o debo elaborarlo yo desde mi propia subjetividad?»