En el año 1989, Agoney Ramos, como tantos otros miles de niños tinerfeños, visitó con sus compañeros de clase la fábrica de JSP en Güímar. Apenas tenía seis años. En un momento dado, debido a la temeridad propia de un niño de tan corta edad, se separó del grupo, y ni sus compañeros ni su profesora lo extrañaron y se fueron sin él. Solo y desconcertado, Agoney se escondió en la fábrica, en la que acabaría pasando dos años de su joven vida. Hoy, hecho ya un adulto, narra su experiencia en el libro «El niño salvaje que bebía Millac». Esta información fue adelantada el pasado fin de semana por El Baifo Magacine.
Agoney relata que los primeros días fueron de una gran incertidumbre. «Como era chico y ágil, el de seguridad nunca daba conmigo y yo iba sobreviviendo con lo que pillaba del almacén, sobre todo lácteos; pasaba los días observando la cadena de montaje desde un escondite». Asegura que «con seis años aquello me parecía fascinante y divertido». Poco a poco, Agoney Ramos se fue dejando ver cada vez más en la fábrica, y los trabajadores de la empresa le fueron cogiendo cariño. «Completaban mi dieta con bocadillos y tuppers que me traían de casa; cada uno creía que yo debía ser el hijo de algún compañero, por suerte nunca me hicieron preguntas», nos narra. Durante ese tiempo, la escolarización de Agoney no se vio afectada dado que «los del departamento de Contabilidad me enseñaron los números y las cuatro reglas básicas, y también a cuadrar asientos contables, mientras que los de Marketing me enseñaron a leer, escribir e idear ingeniosos eslóganes».
Agoney Ramos recuerda con cariño a José Sánchez Peñate, («el abuelo de la guayabera, lo llamaba yo», rememora), ya que un par de veces al año lo visitaba en la fábrica y le llevaba regalos. Fuentes cercanas a la dirección han desvelado que Sánchez Peñate tuvo intención de adoptar al niño poniéndolo a nombre de la empresa, pero esa iniciativa no prosperó.
Preguntado sobre el hecho de que ni su profesora ni sus padres preguntaran por su desaparición, Agoney tiene teorías muy sólidas que ha elaborado tras años de psicoterapia para superar el sentimiento de abandono. «En casa éramos siete hermanos, y supongo que a mi madre le vino bien descargarse de trabajo una temporada, y por otra parte la señorita María Rosa era bastante hija de puta y me tenía manía, seguro que se hizo la loca cuando vio que no estaba en la guagua con los otros niños».
Actualmente, Agoney Ramos dirige una fundación dedicada a ayudar a integrarse a otros niños que hayan sido abandonados en fábricas de lácteos y que cuenta con cero afiliados.