A falta de más de un mes para el inicio del invierno, un leve descenso en las temperaturas registrado la semana pasada ha obligado a miles de canarios en ambas capitales a sacar de los armarios la ropa de abrigo y lucir chaquetones, gorros y, en los casos más extremos, guantes y bufandas, ante la mirada medio atónita medio condescendiente de los laguneros. La Antropología aún no logra desentrañar las razones por las que tantos isleños, especialmente de las zonas costeras, se sienten impelidos a abrigarse fuertemente en cuanto detectan una mínima bajada de las temperaturas, aunque numerosos investigadores lo achacan, en abstracto, «a la humedad».
Guacimara Padrón ya se dejó ver la semana pasada por la santacrucera avenida de Anaga con su chaqueta de plumas, a pesar de los agradables 23º que registraba la capital. Según explicó a este medio, «no sé qué me pasó, esta mañana cuando me levanté hacía un poco de fresquito y una fuerza superior a mí me obligó a cargar la chaqueta todo el día, al final me la pongo un poco también para no llevarla en la mano». La joven también había adquirido un cartucho de castañas asadas, en cuya ingesta insistía a pesar de los gruesos goterones de sudor que perlaban su frente. Por su parte, en la capital grancanaria, Armando Peña, un hombre de mediana edad, vestía una chaqueta de tweed confeccionada en lana porque «la traje de Londres de un viaje que hice hace tres años, antes de la pandemia, y es tan elegante y tan suave que siento que tengo que lucirla a la mínima que veo ya las luces de Navidad colgadas, no puedo evitarlo a pesar de que me han dado ya dos fatigones en la calle».
La Unión de Vecinos de las Medianías Canarias ha emitido ya un comunicado calificando a los habitantes de las dos capitales como «flojos del frío» y explicando, una vez más, las diferencias entre el frío húmedo, el frío seco y el peletazo que hace de las autopistas hacia la cumbre.