Un perro no puede evitar sentir cierta satisfacción al ver las lesiones que se ha hecho su dueño con unos petardos

Chichita, una perrita chihuahua que reside con su familia en el núcleo lagunero de Finca España, se debate estos días en un dilema moral ya que, según ha confesado a otros canes del barrio, no puede evitar sentir cierto regocijo cuando contempla las lesiones que se ha causado su dueño en las manos por manipular torpemente unos petardos de mayor potencia de la esperada en la Nochevieja. Javier G. J., que adoptó a Chichita hace dos años, perdió dos falanges de la mano derecha, en los dedos índice y corazón, al estallarle en las manos un petardo adquirido en un local de dudosa calidad y que aparentemente cargaba más pólvora y menos mecha de lo previsto.

La joven chihuahua ha manifestado que «esta familia me quiere, y me cuida y me da de todo, pero llevan desde el puente de diciembre con los putos petardos, todos los años igual, yo temblando como una cabrona y llorando a lágrima viva y venga el nota a reventar petardos». Se da la circunstancia de que el hijo menor de la familia, de apenas 7 años, intentó frenar la orgía de ruido y traca generada por la exhibición de pirotecnia casera paterna, pero sin éxito.

«Toda la noche metida debajo una cajonera muerta de miedo con los ¡¡pum, pum, pumm!! y el tipo seguía y seguía, hasta que escuché unos gritos, el motor del coche y ya al día siguiente le vi con la mano vendada», narra Chichita. «Ahora me da un poco de pena porque está hecho polvo, y yo quiero ser leal pero una parte de mí no puede evitar ladrar un ‘jódete’ de vez en cuando», añade la perra, quien además confía en que «esta experiencia le quite las ganas a él y a los vecinos de andar tirando bombitas el año que viene».

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