El incidente recientemente producido en la localidad tinerfeña de Playa Blanca entre un surfista local y otro visitante ha reavivado el debate torno al aprovechamiento de aquellas partes de las costas canarias cuyas olas resultan atractivas para la práctica de este deporte.
El episodio de Tenerife viene a sumarse a otros en los que parece quedar patente una suerte de sentimiento de propiedad sobre los puntos más reclamados para la práctica por parte de los surfistas canarios. Esta actitud está generando contestación en algunos grupos ecologistas insulares, los cuales han manifestado que el océano no es de nadie y que la dinámica es la de una especie invasora.
Puestos al habla con una representante de uno de los grupos ecologistas más activos en esta polémica, nos expresa claramente la postura de estos colectivos: “El surfero común u Homo illapsus porrerus, como se le conoce científicamente, no es endémico de nuestras playas. Proviene de las aguas del océano Pacífico y está relacionado con las comunidades polinesias. Su agresividad altera el equilibrio medioambiental al atacar a otras especies de animosidad variable, como las que engloban el género Viator (entre ellas Homo anglicus ebrius, Homo germanus coctus u Homo latinus arrogantis, al que pertenece el turista que se lanzó al agua en Playa Blanca). Debemos encontrar una solución antes de que nuestro litoral se torne inaccesible.”
Estas declaraciones contrastan con las de la Federación Canaria de Surf cuyo presidente, Ángel Lobo, ha manifestado que es mejor aprender este deporte de la mano de un local que de un austriaco o un italiano, poniendo para ello el ejemplo de Hawái. “Es un asunto de cultura y de identidad” -manifestó durante la presentación de su primera novela y sin terminar de caer en la cuenta de que el surf es una práctica introducida desde aquel archipiélago americano.
