«Caparazona», una tortuga que ingresó en el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre «La Tahonilla», en Tenerife, tras ingerir un plástico, no se adapta a la vida en libertad a la que fue devuelta hace unas semanas. Desde que está en el mar de nuevo, confiesa a El Baifo Ilustrado, se aburre y se cansa buscando comida, por lo que pide regresar a La Tahonilla para seguir con la rutina que allí tenía establecida.
«Allí estábamos como Dios», explica Caparazona; «nos daban de comer, nos tenían en tanques, estaban todo el día pendientes de nosotras, pasábamos revisiones médicas, y como te metieran en un programa de reproducción en cautividad, puff, te hartabas a follar, con perdón». Sin embargo, su posterior liberación tras ser curada de las heridas internas que le produjo la ingestión accidental de un plástico arrojado al mar ha sido profundamente traumática para la tortuga.
Caparazona señala que «primero te tienes que hacer fotos con el político que te lleva hasta la playa y aguantar que un montón de chiquillos te estén sobando la concha, y después te sueltan en la arena para echar el rato viendo cómo me deslomo al sol para llegar hasta el agua, como si les costara dejarme en la orilla». Una vez en el mar, Caparazona echa de menos las comodidades del centro, ya que «buscar comida es muy cansado, y a ver, soy una tortuga, lo mismo me trago un plástico otra vez, o un anzuelo, o cualquier mierda que echen al mar, que la gente es muy hedionda». Además, recuerda que «en el mar no hay wifi, ni play, ni nada que hacer salvo estar todo el día nadando de un lado para otro, que eso para un rato está bien pero todo el día aburre».
Esta malhablada tortuga suplica que la recojan y la lleven de nuevo a La Tahonilla, «y que no me obliguen a hacer un disparate para que se vean forzados a sacarme del agua, que estoy muy loca», al tiempo que denuncia que otras tortugas también han sido puestas en libertad contra su voluntad.