Alberto Rodríguez, diputado de Podemos por la provincia de Santa Cruz de Tenerife, ha acaparado titulares esta semana por su gesto en la despedida del parlamentario popular Alfonso Candón, elegido por la circunscripción de Cádiz y que abandona ahora la política nacional para formar parte de la Cámara andaluza. Rodríguez dijo de este diputado que «era buena persona». Este insólito gesto no sólo ha aplacado por unos momentos la tensión presente en el Congreso de los Diputados sino que ha dejado además sumido en una profunda crisis existencial al conocido como «diputado de las rastas».
Según cuentan fuentes de la formación morada, Rodríguez pasó una hora en posición fetal en el suelo de su despacho murmurando «qué he hecho, qué he hecho» y ocasionalmente «no puedo dormir, me come el payaso», quizás relacionado con un trauma de la infancia. Posteriormente, encargó varios kilos de salfumán con los que pensaba untarse al grito de «me siento sucio», idea de la que fue disuadido por otros diputados podemitas. Desde ese día, Alberto Rodríguez pasa las horas solo y meditabundo, escribiendo en su diario, que es un documento de Word al que hemos tenido acceso gracias al trabajo de nuestros hackers:
13 de diciembre de 2018
Querido diario:
Sigo vagando sin rumbo. Todos los pilares de mi existencia se derrumban como un castillo de naipes, sin que yo pueda sostener alguno de ellos al menos para mantenerme en pie en mis convicciones. Lo he dicho delante de todos: se puede ser del PP y buena persona. ¿Podrá acaso un banquero amar a sus hijos? ¿Será posible, oh, que un empresario capitalista se emocione cuando su enamorada le dedica una mirada cariñosa? ¿Tendrán sentimientos como éstos que me abruman a mí? ¿Do están mis certezas, antaño indestructibles? ¿Cuál es ahora mi lugar? Sólo preguntas tengo, maldita sea, y ni una respuesta. Debo dejar de escribir ahora, el móvil suena y debo atenderlo. Es Noemí otra vez, querrá explicarme de nuevo que estoy equivocado, que ella lo sabe porque conoce a Asier Antona. Cuán insustancial es todo ahora.
Lejos de poner fin a esta crisis vital, las palabras de Pablo Iglesias ayer reconociendo que la situación de Venezuela no es la más óptima y deseable han terminado de hundir un puñal en el atribulado corazón del diputado tinerfeño.