Fieles a nuestro compromiso con la actualidad y con el deseo de dar voz a todas las partes, traemos aquí a público conocimiento las declaraciones que Sancho Sierra, conejero residente en Reikiavik ha publicado en su blog -alojado en un conocido medio digital de las islas- en varias entregas en las que lamenta profundamente el estado de la política cultural en el archipiélago.
Nos ponemos al habla con el señor Sierra, que nos atiende vía teleconferencia mientras se aloja en casa de unos conocidos: “Yo me he ido de España porque considero que el país no está a la altura de mis aptitudes” -nos indica- “En mi Lanzarote natal organizaba exposiciones de figuras de acción coleccionables de universos de ficción. Acogía a quienes querían colaborar conmigo y les animaba con buenas palabras, no ahorrando en elogios. Y no se conformaban por eso ¡querían cobrar! ¡Cobrar! Como si estar a mis órdenes durante nueve horas seguidas para montar aquellas exposiciones no fuera pago suficiente. Yo quería que fuéramos una gran familia ¿cobra usted a sus familiares por favores? Pues eso” -sentencia, para luego añadir, a la cuestión de si él cobraba- “Bueno, sí, pero es que mi profesión es ésa, usted sabe. No es lo mismo el trabajo profesional que el amateur y dar órdenes tiene un esfuerzo añadido”.
Considerando que en Lanzarote su etapa ya estaba cerrada -y después de varios desencuentros con las administraciones locales de varios municipios- se trasladó a Gran Canaria, donde consideró que la bullente actividad podía albergarle un hueco: “Al principio todo fue bien. Me llamaron para comisariar varias exposiciones de lo mío y me daban lo que pedía… hasta que un día entré con una lata de Mirinda en uno de esos eventos, que estaba patrocinado por Clipper y me echaron la bronca. Hice un blog para protestar contra ese trato censor y me acabaron echando la culpa de perder el patrocinio y de que el evento no pudiera continuar. Excusas de envidiosos de mi talento.”
Después de algunas experiencias similares en Tenerife, don Sancho se mudó a la península, en una época en la que las cómic-cons empezaban a generalizarse: “Estuve en Madrid, Granada y Barcelona. En la última estaba mi hermano ejerciendo de traductor e intérprete y sí comprendieron mi talento, pero de nuevo, las envidias de gentes inferiores y sin habilidades” -indicó, después de que la organización del salón del cómic barcelonés decidiera prescindir de sus servicios, tras invitar por su cuenta a una delegación de artistas uzbekos, con cargo al presupuesto del evento.
“Finalmente, asumí que España era un país de perezosos, mediocres, latino-católicos y me he venido a este país protestante y avanzado, donde voy a triunfar. Aquí sí que saben, se lo aseguro” -terminó, mientras sus anfitriones le decían en un educado inglés que llevaba tres meses viviendo de gorra en su casa y que desde la alcaldía de la capital islandesa le habían rogado amablemente que dejara de enviarles sus propuestas de exposiciones de muñequitos.